lunes, 13 de abril de 2009

CRÓNICA DE SEMANA SANTA: UN DÍA DE RECUERDOS

UN DÍA DE RECUERDOS
Por Abraham Ramírez Aguayo.

  • Cualquiera puede entrar y percibir una calma infranqueable, un espacio de reposo donde nadie es perturbado de su descanso final.
  • De igual manera se recuerda al difunto en vida, se reviven buenos y malos momentos.

En la Semana Santa mientras la mayoría de las personas se ofrecen a realizar representaciones y ceremonias para conmemorar la muerte de Jesús, otras dedican su tiempo en recordar a gente más cercana a ellos, a quien habita en algún cementerio, a sus seres queridos que por diferentes razones ya no está en este mundo.

Todos los días a las diez de la mañana el panteón civil de San Lorenzo, en Iztapalapa, abre sus puertas, como es normal en estas fechas de abril, la afluencia es poca. Cualquiera puede entrar y percibir una calma infranqueable, se observa un espacio de reposo donde nadie es perturbado de su descanso final. En este caso una persona asiste con la finalidad de visitar a un familiar fallecido, alguien que vive en la mente, pero no en este mundo.

En la búsqueda de un pariente se tiene que atravesar por diferentes sepulcros, el contraste es marcado y revelador. Se encuentran tumbas más grandes que otras; algunas son mausoleos modernos y ostentosos, otras sólo son lapidas con los implementos básicos. Lo que todas incluyen son inscripciones para saber quien habita ese espacio y cruces o santos para cuidar al difunto.

Asimismo, sin importar la dimensión, unas tumbas son tan cuidadas como si fuera la casa donde un pariente habita en vida. Flores por todos lados, pequeñas esculturas o adornos bien formados, monumentos limpios los cuales brillan con el sol, todo demuestra que incluso la muerte se puede sobrellevar con estilo.

Por otro lado, como si se tratara de un panteón diferente, uno descuidado y sin quien lo vigile, se encuentra una sección de sepulturas tan olvidadas y marchitas como las flores que los adornan. En ellas figuran nombres borrosos, como si el mismo difunto quisiera que no lo reconocieran por lo descuidado de su casa. También hay cruces y figuras de mármol rotas cubiertas de hojas hasta casi desaparecer; tal vez un misión de la naturaleza para esconder esa realidad.

Después de caminar entre este panorama, se encuentra el objetivo deseado, la persona por la que uno acude a este lugar. La calma es aun más pronunciada, incluso el movimiento de las hojas con el viento suena como un gran alboroto para un lugar como este. Se aprecia la tumba del familiar, se busca que no le falte nada, puesto que en la actualidad, ni los muertos están a salvo de ser robados. Cuando parece que todo está en orden se aprecia la realidad de la tumba, tiene una imagen descuidada; con tierra por todos lados, el dorado de las inscripciones apenas se aprecia por la suciedad que la invadió por el tiempo.

Ahora empieza el clásico ritual de renovación: los tallos secos se toman de los floreros de piedra caliza y se remplazan con azucenas frescas, con ayuda de una escoba se quitan todos los rastros de tierra y basura, y por último un pedazo de tela húmedo limpia toda la suciedad de unas piezas de mármol gris.

Los minutos pasan y el trabajo de limpieza rinde frutos, la imagen sombría desaparece para dar paso a un sepulcro más alegre (dentro de lo que cabe la situación). Ante esta imagen, quien observe, puede tomar una foto imaginaria para recordar una perspectiva menos lúgubre de la muerte.

Con el contenedor renovado, es momento de ocuparse de quien habita ahí. Aunque para unos es privado y sólo ocurre en su mente, otros sin pudor alguno hablan con sus difuntos, se sientan junto a ellos y descansan mirando el cielo. Se les informan de las noticias familiares, como si necesitaran la actualización de los hechos para seguir descansando en paz.

De igual manera se recuerda a la persona en vida, se reviven buenos y malos tiempos. Los momentos de risas tontas y de llantos causados. Uno se transporta a ese espacio, cuando, de la forma que sea, todo era diferente, porque se tenía a ese individuo a un lado. El hablar disminuye y sólo queda un silencio con el cual se reflexiona, la calma del cementerio es útil para pensar en los dilemas de la vida. Sirve para darse cuenta que hay que esforzarse y seguir adelante hasta que uno ocupe un lugar en este sitio porque lo único que no tiene solución es la muerte.

El final del día llega porque es momento de cerrar el panteón, la poca gente comienza a retirarse. Llegó el tiempo para que todos vuelvan a sus papeles. Unos a la vida cotidiana y los retos que ésta representa, y otros a despreocuparse de todo para seguir con su descanso eterno. Los asistentes se retiran poco a poco y las puertas del cementerio están listas para cerrarse hasta el día siguiente y vivir el mismo ritual, pero con diferentes personajes.

En algún tiempo se darán otras visitas, otros momentos de platicar de lo nuevo, otro instante de reflexión y de recuerdos buenos y malos. Al final, Lo significativo no es recordar a quien ya no está únicamente un día en noviembre, lo que siempre debe importar es llevar la memoria en el corazón porque una persona en verdad muere, sólo cuando se le ha olvidado.



Un panteón es un lugar lleno de contrastes donde se puede reflexionar de la vida.

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